Por: Ingrid Flores
Dibujar. El acto de dibujar va más allá del lápiz y el papel. Dibujar es una danza. Una danza sincrónica, silenciosa e invisible entre el alma, las emociones y el pincel, que se van deslizando a través de una sinfonía de movimientos, tejiendo historias en el espacio y el tiempo. Dibujar es una forma de comunicación que trasciende lo físico, lo racional y nos conecta con lo más profundo de nuestro interior.
En cada movimiento, en cada línea, en cada sombra y en cada elección de color se revela los susurros ocultos y profundos de nuestras almas. Los cuales bailan detrás de escena, en el telón, esperando algún día ser revelados.
Dibujar es como el fuego, un calor abrasador en el corazón, en donde, cada llama ilumina y enciende una emoción. Y, a medida que la llama crece, el papel se convierte en un lienzo ardiente donde los pensamientos y emociones danzan, con la misma intensidad que estas.
Dibujar es, incluso, una forma de conocernos mejor, de escapar de la realidad, de explorar nuestras profundidades. Porque, cada línea es como una pista, un fragmento de nuestra historia, un testimonio de ella, que nos guía hacia lo que yace en lo más recóndito de nosotros. Los cuales, en cada obra encuentran una oportunidad de revelar lo que a menudo permanece oculto detrás de las palabras.
El dibujo se convierte en una ventana a nuestro ser. El acto de dibujar es una manera de expresar lo que a menudo callamos, lloramos, sentimos, deseamos, lo que ocultamos detrás de sonrisas y miradas, pero sí plasmamos en el papel. Y que, sólo así, encuentra su voz.
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