El juego: más que diversión

Por: Débora Llanos

Cuando pensamos en el juego, solemos asociarlo con la infancia, con risas despreocupadas y con horas de diversión sin un propósito o beneficio. El juego suele ser visto como una recompensa, una actividad que se "gana" después de haber cumplido con ciertas obligaciones, como el trabajo, el estudio o alguna responsabilidad. Sin embargo, esta visión subestima su verdadero valor. Lejos de ser un simple pasatiempo, el juego es una herramienta fundamental para el desarrollo cognitivo, emocional y social de los niños. El juego es un medio utilizado por los niños para dramatizar, representar y comunicar sus fantasías (Ferro, 1998).

Además, el juego es mucho más que eso: es una herramienta clave para desarrollar el pensamiento divergente y la creatividad. El pensamiento divergente es esa capacidad de generar múltiples soluciones para un mismo problema. Y, ¿qué mejor espacio para practicarlo que el juego? Especialmente en actividades libres, sin reglas estrictas, donde la exploración y la imaginación toman el control. Pensemos en un niño construyendo con bloques: no hay un único diseño correcto, así que prueba, ajusta, derrumba y vuelve a intentar. O en un juego de roles, donde los niños pueden ser doctores, cocineros o personajes ficticios, improvisando respuestas y explorando distintas perspectivas.

Es así que, es importante promover un juego libre e inestructurado, donde no se establezcan reglas rígidas, lo cual va a permitir la exploración, creación y expresión de los niños (Iwan, 2020). De esta manera, despiertan su creatividad, así como su autonomía, ya que al elegir de qué manera se desenvolverá el juego, les permite desarrollar habilidades de toma de decisiones sin una dirección de los adultos.

En este sentido, es fundamental replantear el juego no como un privilegio que se condiciona al cumplimiento de tareas, sino como una necesidad del desarrollo humano. Pero no solo contribuye en la etapa infantil, sino que en la adultez también enfrentamos desafíos que requieren esa capacidad de flexibilidad como, por ejemplo, encontrar soluciones creativas en el trabajo y adaptarnos a cambios inesperados en la vida.

Se puede concluir que el juego no es una recompensa, sino que es esencial para el desarrollo integral del ser humano. Por ello, es necesario cambiar la percepción del juego y reconocer su verdadero valor, ya que, ignorarlo puede impactar en la niñez y en etapas posteriores.

Referencias bibliográficas

Ferro, A. (1998). Técnicas del psicoanálisis infantil. Biblioteca Nueva.

Iwan, M. (2020). El juego, antes y después de la Pandemia en H. Catz et al. (Eds.), Trabajando en cuarentena, pandemia y post-pandemia (pp.141-152). Ricardo Vergara.