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El duelo: lo irreductible de la ausencia del otro

Por: Samir Chahua



Para adentrarnos en qué representa el duelo, quiero citar unas líneas de la carta de Binswanger (1873), quien en dicho momento acababa de perder a uno de sus hijos.


Aunque sabemos que después de una pérdida así el estado agudo de pena va aminorándose gradualmente, también nos damos cuenta de que continuaremos inconsolables y que nunca encontraremos con qué rellenar adecuadamente esa ausencia, pues aún en el caso de que llegara a cubrirse totalmente, se habría convertido en algo distinto (Binswanger, 1873, p. 339).


Con estas líneas podemos detallar lo profundo que es el duelo, una expresión que implica un desmedido dolor, tristeza, pensamiento de querer cambiar la situación, y sobre todo, nos devuelve a esos momentos iniciales de la angustia, el miedo, la desesperación como cuando éramos niños ante algo bastante atemorizante. En ese sentido, el duelo es un periodo en donde el tiempo, nuestras ocupaciones, las personas de nuestro entorno no aparecen en nuestra mente, nos encapsulamos ante el dolor de la pérdida de ese alguien amado.

Ante el duelo, también surge la falta y la pérdida, cada uno de ellos implica algo diferente en nuestra vivencia. Por una parte, la falta es situarnos en relación con una ausencia, algo que no se encuentra en el lugar esperado. En cuanto a la pérdida, es en donde no hay alguna referencia, en donde algo se escapa y no puede ser detenido. Es entonces, que el duelo inicia con la falta, porque surge la idea de la inexistencia – la persona ya no está - por lo que deja una ausencia, un vacío sobre ese lugar que tomaba para nosotros. Continuamente, surge la pérdida, el dolor de pensar que ya no estará más. Surgen nuestros deseos de que fuera diferente, como un intento de darnos calma a dicha ausencia. Aquí los recuerdos toman un aspecto diferente, ya no es solo una idea del pasado, sino, con el recuerdo tratamos de mantener la presencia de ese alguien que no está.

Asimismo, cuando vivenciamos el duelo surge la siguiente pregunta ¿la ausencia de alguien es reemplazable?, es difícil pensar aquella pregunta, porque surgen ideas como “la vida continua”, “duele, pero hay que seguir”. Esas ideas tienen de fondo pensar al duelo, a la pérdida como algo que podemos sustituir con un otro o con algo. Sin embargo, la sustitución no cambia nuestro sentir, porque la persona ausente que hayamos perdido tomó un lugar importante en nuestra mente, además que deja en nosotros su forma de ser, sus recuerdos, sus palabras y sobre todo, lo que representa ese alguien para nosotros. Además, cuando hablamos de sustituir, perdemos de vista el valor de nuestro dolor que sentimos. No le brindamos ese lugar importante de vivenciar cada momento o expresión de aquella ausencia.

Luego de comentar aquellos puntos principales del duelo, es ahora ubicar al duelo desde una visión diferente, preguntarnos qué hay entre o en el fondo de aquel dolor. Para darnos respuesta quiero citar una situación de una madre que ha perdido a su hijo a causa del suicidio (León, 2011).


La madre decía que lo que para ella era terriblemente perturbador, más allá del dolor de la pérdida, era el hecho de que en el certificado de defunción de la muerte de su hijo aparecía como hora de su fallecimiento las 12:30. Esta hora excede en algunos minutos el momento en que ella lo descubre en su cama y comienza a gritar horrorizada de dolor (León, 2011, p. 74).


En estas líneas, al observarlas detenidamente, esa hora de defunción que excede al tiempo en donde la madre encontró al hijo, es un momento bastante trágico y doloroso ¿por qué?, es en ese momento, en los últimos instantes de su hijo, que la madre no pudo ser lo que hubiese querido para él. Y más aún, en aquellos gritos de horror de la madre, el hijo deja de existir.

Con esta situación dolorosa, quiero proponer pensar al duelo, como la expresión externa que sentimos y que detrás de ella se esconde la culpa por lo que se ha perdido. Si nos centramos en ese “no pudo ser lo que hubiese querido para él”, el grito de la madre se ubica entre la vida y la muerte, momento en donde se delimita un remordimiento profundo y absoluto de la pérdida. En donde la persona no puede poner en palabras lo que está presenciando ni la mente puede comprender aquel hecho.

Es entonces, que el duelo ante la inexistencia de una persona, puede aguardar en el fondo la culpa de que las cosas fueran diferentes. Asumimos la responsabilidad total del hecho, y al mismo tiempo surgen pensamientos de volver a esos instantes para cambiar la historia de aquella persona. Y en esa misma línea, la culpa nos lleva a mantener siempre la representación mental de aquella persona, no desaparece y es imposible de reemplazar. La persona ausente es irreductible.

A modo de cierre, el duelo implica un proceso de mantener a la persona ausente en nosotros como una forma de aliviar nuestro sentir; es decir, la persona ausente que causa dolor, también nos transforma, nos brinda algo diferente a nuestra experiencia y a nuestra vida.


Referencias:

Turnheim, M. (2002). L’autre dans le même. Carta de Binswanger a Freud (1873). Paris: Editions du Champs Lacanien.

León, P. (2011). El duelo, entre la falta y la pérdida. Desde el jardín de Freud, (11), 67-76.


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