Por: Samir Chahua
Al sumergirnos en la palabra violencia nos remitimos a ciertas asociaciones personales y situaciones en donde significamos al hecho como doloroso, movilizante y algo que ha tocado lo más profundo de nuestro ser. En nuestra mente, se reproducen imágenes inmediatas de aquel hecho, acompañado de una reactivación emocional que desespera, aflige y a veces sentimos que es incontrolable…
Ante dicha emoción interna, es importante abrir un espacio de diálogo íntimo con nosotros mismos, en donde hagamos surgir en nuestra mente a aquella persona que represente cada momento de nuestra vida. Así, podremos acogernos y dar un lugar a las experiencias de nuestro pasado.
En ese sentido, el diálogo íntimo con nosotros mismos en ciertas ocasiones nos va a llevar a lo más temprano y poco legible de nuestros recuerdos: nuestra infancia. Aquella etapa valiosa de nuestra vida, en donde nos remontamos hacia aquellos momentos de risas, juegos, travesuras, experiencias, entre otros. Y, al mismo tiempo, regresamos hacia aquellos momentos silenciados, hechos sin palabras y aquello que no deseamos recordar porque se acompañan de emociones dolorosas.
A veces es complicado situarnos en el dolor y tratamos de cubrirlo con experiencias agradables. Pero, es importante preguntarse ¿qué hay internamente en esos momentos dolorosos? A través de aquella pregunta estableceremos una conexión con lo más profundo de nuestra mente, y podríamos recordar la relación inicial con nuestros padres o cuidadores, en donde al ser niños buscamos la atención de un otro que apacigüe nuestra angustia ante las experiencias desconocidas o desagradables. En este punto, es preciso pensar en ¿qué pasa si no hemos sido asistidos por un otro ante nuestra angustia? una pregunta que se abre a posibilidades infinitas sobre nosotros. Pero, algo que se podría responder, es que en ciertas ocasiones los padres ven a su hijo(a) como el reflejo de su imagen (sienten que su hijo(a) tiene su misma personalidad), lo que les impide ver al niño(a) como alguien diferente y único. Aquellos padres dirían a su hijo(a) lo siguiente: “tienes que dejar de ser tú mismo para que yo pueda ser yo mismo” (Sanchez, 2020, p. 38). Al establecer aquella relación y pensamiento sobre su hijo(a) los padres vuelven a ser infantes, es decir, que la forma de ser de su hijo(a) le recuerda a su infancia dolorosa. Y, en consecuencia, los padres van a tratar de reprimir el dolor silenciando que llevan en la angustia de su hijo(a) (Janín, 2002). Lo que conlleva a establecer un vínculo que no reconozca el valor que representa el niño(a) y se haga todo de acuerdo al deseo de los padres.
Volviendo a la continuidad de nuestro diálogo íntimo, en esta parte es necesario detenernos a pensar de manera balanceada sobre ¿qué mirada le doy a mi infancia? y sobre ¿qué mirada me doy ahora, en el presente?. Si nos hemos identificado con lo mencionado en las líneas anteriores podemos sentir que la forma en cómo vemos nuestro pasado, nuestra historia, nos lleva a sentir emociones complejas, como dolor, rabia, angustia o algo que siempre estuvo ahí, pero que no había palabras para que nosotros mismos comprendiéramos.
Seguidamente, a través del diálogo íntimo, pensemos de manera inversa, es decir, desde mi posición de adulto ¿cómo he venido elaborando cada hecho de mi vida? aquella pregunta nos puede llevar a lo siguiente:
Al crecer el individuo olvida – o más bien reprime – experiencias de dolor, de frustración, de angustia, ocurridas en su infancia y en relación de los padres, pero sin ser consciente de ello; actúa en el presente “dirigido” por su inconsciencia (Maza, 2022, p. 21).
El olvido inconsciente responde al dolor que sentimos, a las angustias tempranas de nuestra vida. Es por ello que desde nuestra posición de adulto es complejo traer los recuerdos de nuestra infancia. También, es difícil darle un sentido a muchos actos que hacemos, y por más que lo pensemos no encontramos una razón o creemos que es parte de una situación. Ahora, sí hemos sentido una identificación con aquella infancia en las líneas anteriores, pensemos en ¿cómo se siente un adulto con una infancia llena de angustia? una posible respuesta sitúa a dicho adulto como alguien que lleva cicatrices internas, en donde algunas cicatrices son más profundas y otras continúan el proceso de regeneración. Ante ello, es difícil pensar que aquella persona siente un dolor interno, que puede afectar la mirada que tiene de sí mismo y la forma de relacionarse con los demás.
En esta parte, es importante analizar el lugar de la agresividad, pero desde un sentido diferente. Como adultos tenemos cicatrices profundas dentro de nuestra mente. Estas cicatrices nos hablan de ese pasado doloroso y nos confrontan en nuestro presente. Es ahí que la agresividad viene a ser la lucha interna con nosotros mismos (Lacan, 1984).
En ciertas ocasiones, aquella lucha interna puede desbordar nuestros límites y lo podemos sacar afuera, en donde nuestro dolor interno se apacigüe a través de la agresión hacia una persona o hacia nuestro entorno.
Es por ello, que a través de este diálogo íntimo que hemos elaborado nos lleva a reflexionar sobre la violencia y la agresividad que existe en nosotros mismos y cómo se puede evidenciar en el contexto actual del Perú, en las personas que marchan y la función que hace la policía. Ante ello, es necesario comprender que como personas no vivimos desconectados de la sociedad.
La situación que vivimos actualmente representa la plena convulsión de diferentes momentos que se han venido reprimiendo, hasta el punto de surgir y hacerse incontenible.
Y, a modo de cierre de este diálogo íntimo, es considerar que el habla es más que la transmisión de signos lingüísticos, es el efecto de la palabra hacia nuestro ser interior. Nuestra infancia tiene mucho por decir, nuestra adultez mucho por pensar y reconocer. La agresividad y violencia responde a nuestra historia pasada y social. Y, ante esta situación complicada del Perú, es importante ser escuchados y saber escuchar. Y, creo que, si establecemos esta lógica del diálogo íntimo y el efecto de la palabra, nos invita a re – escribirnos como personas y como sociedad.
Referencias:
Janín, B. (2002). Las marcas de la violencia. Los efectos del maltrato en la estructuración subjetiva. Cuadernos de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente. Vol. 33/34.
Lacan J. (1984). La agresividad en psicoanálisis. En Escritos L 1984. Edit. Siglo XXI. Madrid.
Maza, B. (2022). Vínculos para vivir, la Casa de la Familia. Lima: Editorial Gradiva.
Moro, R. (2016). Huellas traumáticas ontológicas en los bebés y en los niños. Temas de Psicoanálisis.
Sánchez, P. (2020). La infancia víctima de la violencia. Intercambios, papeles de psicoanàlisis/Intercanvis, papers de psicoanàlisi, (44), 23-33.
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