Por Claudia Armas
Cuando leemos “escucha”, ¿en qué pensamos?.. En oír al otro, en prestar atención, en estar presente, en tratar de entender y muchas cosas más que vienen a la mente y se relacionan con la conexión que se forma con otra persona, ya sea esta breve o duradera. Y sí, es cierto, la escucha se comparte en un momento de comunicación con alguien más, en donde tratamos de comprender aquello que se nos está diciendo, para poder así, intervenir de manera adecuada o no cuando sea nuestro turno.
Esto me deja pensando en el deseo de querer comunicarnos con los demás y que también los demás se comuniquen con nosotros. En esas ganas de conectar con otra persona a un nivel en donde nuestros pensamientos se encuentren con otros, logren engancharse y proporcionarnos ese alivio de haber sido escuchados, de haber sido comprendidos, de no haber sido juzgados. Pero, ¿tenemos todos esa suerte?, ¿la de ser escuchados sin juicios de por medio, sin refutaciones que atenten contra nuestra opinión, en donde se respete lo que
pensamos, percibimos y sentimos? Tal vez no. O mejor dicho, lo más seguro es que no, porque la vida es una comunicación, es un ida y vuelta con perspectivas distintas, con miradas e historias diferentes, con sentimientos que embargan a unos y racionalidades presentes en el otro, pero que de alguna manera se busca, sin querer muchas veces, llegar a un punto medio. Un punto medio donde podamos sentirnos a gusto dentro de nuestra propia escucha y respetando el lenguaje del otro.
Hace algún tiempo vi una imagen que decía “¿y si tratamos de escuchar para entender y no para responder?”.. Me pareció tan profunda y con tanto sentido que caló inmediatamente en mí y me hizo cuestionarme ¿realmente escucho para entender o para refutar?, y te pregunto a ti ¿escuchas para entender o para refutar?. Lo ideal sería que todos escuchemos para procurar entender al otro, para intentar comprender lo que se nos quiere transmitir por más difícil que esto sea, finalmente es esto lo que nosotros esperaríamos de la otra persona: ser escuchados, en toda la dimensión de la palabra. Suena sencillo decirlo y difícil hacerlo, ¿no?, y es porque lo es.
El tratar de despojarnos de aquellas concepciones y posturas que tenemos para ser una hoja en blanco dispuesta a escuchar para entender y no para responder, es sumamente difícil. Todos venimos pre-cargados con tantos pensamientos, sentimientos, posiciones, puntos de vista, y demás, que se hace casi imposible dejarlos de lado muchas veces. Pero, ¿por qué tendríamos que hacerlo? ¿por qué dejarlos de lado?. Y lo primero que se me viene a la mente es que tal vez eso nos ayudaría a comunicarnos mejor, a respetarnos más, a valorarnos más, a humanizarnos más, a proporcionar un oído que no esté tan lleno de juicios, una boca que no esté plagada de respuestas que no han sido solicitadas, palabras que no tengan un peso que luego va a ser difícil remediar y el chance de poder brindar tranquilidad al otro y sobre todo, ser amables para brindarnosla a nosotros mismos.
La persona que escucha al otro y en especial, quien se escucha a sí mismo, abre sus sentidos, se brinda un respiro, se invita a seguir pensando y reflexionando, a considerar un futuro, a ponerse en lugares en los que no ha estado, a tener una mirada con mayor empatía y se apertura a buscar la armonía que es tan difícil encontrar en el mundo en el que habitamos hoy en día.
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